Ricardo «el Tío de la Pipa»,sus caminos y sus aguas

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56. Ricardo «el Tío de la Pipa»,
sus caminos y sus aguas
Por Antonio Castillo
Ricardo en el Charco de la Cuna del Borosa, donde de niño bajaba desde la cortijada
de los Villares a coger «peces» (foto Antonio Castillo, 31 de enero de 2012)
Ricardo Ruiz Fuentes es todo un personaje, que merecía la pena co-
nocer. Ya me lo habían advertido varias personas, «tienes que ir a ver a
Ricardo “el de la Pipa”, que vive en las Juntas del Borosa». De él no tenía
apenas referencias, más que una foto de principios de los 80 aparecida en
la tercera edición del libro Narraciones de caza mayor en Cazorla, de Gon-
zález-Ripoll. Una cara amable y risueña, con el pelo rizado y una pipa.
Desde el puente de la piscifactoría del Borosa lo vi venir. Menudo,
fibroso, de andares resueltos, con pelo blanco y brillante, gafas oscuras
CASTILLO, A. (2012)
"Ricardo, el Tío de la Pipa, sus caminos y sus aguas"
En: “La Sierra del Agua: 80 viejas historias de Cazorla y Segura”. ISBN: 978-84-338-5415-5.
Editorial Universidad de Granada. 247-250

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y un bastoncillo. Tras las presentaciones de rigor, decidimos darnos un
paseo Borosa arriba, todo menos estarnos allí quietos. Me llaman la aten-
ción las gafas y pienso que a lo mejor no ve bien.
—No. Veo perfectamente, de lejos y de cerca, lo que pasa es que
hace ya muchos años me quemé los ojos encalando, hasta me tuvie-
ron que operar, y los días de frío me lloran. Eso es todo.
Nací en 1927 en la cortijada de los Villares, por debajo de las
Banderillas, así es que tengo 85 años. Mis padres se llamaban Mar-
cos y Concepción. Salvo el paréntesis del servicio militar en Seo de
Urgel, toda mi vida la he pasado aquí, en la Sierra. Como le habrán
dicho, me conocen por «el Tío de la Pipa» porque desde los 14 años
he fumado en ella, igual que mi padre. Siempre tabaco del terreno,
porque yo el del estanco no lo quiero, ni regalado. También le pi-
caba mariselva, que daba muy buen olor. ¡Ah, si yo le contara cosas
del tabaco de esta Sierra! (y saca del bolsillo con orgullo su pipa y
su petaca, que hoy no tiene tabaco). Esta mañana ya he echado dos
pipas, pero la mujer me esconde el tabaco, y eso que la tengo muy
enferma (se emociona). Mi mujer se llama Segunda y llevo 62 años
con ella, desde que me la llevé del cortijo de Aguas Blanquillas el 11
de enero de 1950, aunque el cura no nos echó las bendiciones hasta
el año 1958. Tenemos 9 hijos, 16 nietos y 4 biznietos.
Como todos los de mi quinta, que ya van quedando pocos, me
enseñé a hacer de todo, guardar ganado, poner pinos, hacer alqui-
trán, tea, carbón, lo que fuera, con tal de no estar parado. El 1 de
octubre de 1958 me enganché de peón caminero en la conservación
de todas estas carreteras del Tranco para arriba, que algunas estaban
sin hacer todavía, como esta del Borosa. Estaba solo, pero las tenía
hechas un primor, porque en mi trabajo mandaba yo y me gustaba
mucho. Siempre iba andando, porque nunca tuve coche, ni moto,
ni bicicleta. A mí, andar me da la vida y me sienta muy bien. Nunca
tuve un mal percance, ni me rompí nada, y eso que me aporreé va-
rias veces. Entonces, cuando me desplazaba lejos y se hacía tarde, me

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quedaba a dormir donde pillaba, en cualquier covacho o cortijillo.
Llegamos a estar hasta 40 peones camineros, desde Pozo Alcón has-
ta Siles, al cuidado de todas las carreteras y caminos forestales. Me
jubilé en 1991.
Ricardo es un buen conversador, que cuenta las cosas con entusias-
mo y buena memoria, aportando nombres y fechas, esto último, una
curiosidad que tengo comprobada de otros serranos. «Oiga Ricardo, pero
cuénteme algo de las aguas, de las fuentes y de los ríos, que de eso va este
libro».
—Pues mire, la fuente que más me ha gustado siempre es la de
la Tejilla, en el poblado de los Villares, donde nací y me crié. Bro-
ta de una piedra escueta, pero da un agua buenísima, aunque cría
sanguijuelas. Allí llenábamos los cántaros para las casas y lavaban las
mujeres en una pileta que había por debajo. Entonces las ropas se las
hacían ellas mismas. Con aquellas aguas, una mujer de allí echaba el
bautismo a las criaturas, porque los curas rara vez aparecían. Había
otra fuente, la del Bonal, con la que se daban los riegos, sin alberca
ni nada, que el agua no se secaba y corría por todo. Entonces se
sembraba de lo que se necesitaba, mucha hortaliza, fruta, uvas, ¡que
hacíamos un vino que olé!, patatas, garbanzos, trigo, maíz, tabaco…
Y de los ríos, este del Borosa es el que mas me gusta. Será porque
me he criado junto a él, pero también porque se puede andar por sus
orillas, no como el Aguamula, que está muy cerrado. Mire, esta es
la fuente del Astillero. ¡No habré parado yo veces aquí! Ve ese pino
tan hermoso junto al carril, pues lo puse yo, con otro que se perdió
al otro lado de la alcantarilla. Del río este y del Guadalquivir tengo
muchas historias, pero no se si le interesarán a alguien. Con ocho
años pasé por una tragedia que nunca olvidaré. Estando en una poza
del Guadalquivir, por debajo de la Hortizuela, se ahogó junto a mí
un compañerillo de la Loma de Mariángeles. Desde entonces le cogí
miedo, y no quiero cuentas con las pozas de los ríos. Por esos años,

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los chiquillos de los Villares nos dejábamos caer de noche, con teas
encendidas, en busca de «peces» para la cena. Nuestro sitio preferido
era el Charco de la Cuna, ese que usted ve ahí, debajo del carril. En-
tonces, con una red cogíamos un saco de barbos gitanos y bogas en
un rato. Truchas no, porque eran muy malas de pillar. Mire, el pes-
cado se metía en esta poza, que no tenía salida, y aquí lo cogíamos,
hasta que le metieron un barreno para esportillarlo y darle escape al
agua. Pero entonces había muchos peces en el río, no como ahora,
con tanto guarda. ¡Por qué será eso, Dios mío! (la exclamación le ha
salido desde lo más profundo, como un grito de pena contenido).
Es verdad. Lo que usted dice también pasa con otras cosas, como
con las fuentes, que se están secando. Es como si la naturaleza se hubiera
puesto triste desde que el serrano se fue de su lado.
Bueno Ricardo, sé que tiene prisa por volver a la casa junto a su
mujer, y se le está haciendo tarde. Creo que el artículo puede quedar bien
con lo que me ha contado.
—¿Le he dicho que llevo 62 años con la mujer? Me la llevé de
su cortijo el 11 de enero de 1950 (me lo vuelve a repetir), así es que
acabo de cumplir 62 años con ella. A ver quién aguanta hoy día eso.
Ya sabe que la tengo muy enferma en la cama, así es que para el ani-
versario, hace sólo unos días, fui a la Tejilla, que ya le he dicho que
le tengo mucha fe, y le cogí una botellita de agua y al verla se echó
a llorar.
Por debajo de las negras gafas de Ricardo resbalan unas lágrimas.
Allí, en el puente de la Piscifactoría, le vi coger con paso resuelto hacia su
casa de las Juntas del Borosa, donde Segunda seguramente ya lo echaba
de menos. Dios guarde a este buen hombre por muchos años.

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